Los tiempos que corren, esto de las fechas que imponen una convención gregoriana como otro año o una navidad incitan a la inevitable ilusión de epifanía. De hecho, estoy escribiendo sobre ello en las ciernes del calendario luego de una larga ausencia.
Hace unos días, no sé bien cuántos decreté en ese cuadradito intimidante del feisbu que pregunta "¿qué estás haciendo ahora?": estoy recuperando mi locura. No es fácil ni rápido, a veces vuelve y otras se niega sistemáticamente. En estas paradas obligadas de almanaque, mi locura se escapa porque es ciertamente tímida y no sabe bien cómo hacer la catarsis pública de Lucas o Mendieta. Es más, no le sale ni siquiera una catarsis íntima...queda allí inmóvil, inerte. Prefiere mirar para otro lado, distraerse con lo que tiene a mano (en realidad, con lo que le pasa siempre por la cabeza) y partir lejos para evitar caer en la ilusión de finitud. Quizás porque los finales siempre encierran sorpresas.
En esos momentos de temporalidad se juega la terminación de una historia y una continuidad debe ser alterada: algo traba la repetición. Pero los finales son formas de hallarle sentido a la experiencia porque sin finitud no hay verdad, y no tenemos un lenguaje para los finales. Quizás un lenguaje para los finales exija la total abolición de otros lenguajes. Para evitar enfrentarnos con ese lenguaje imposible (que es el lenguaje que utilizan los poetas) en la vida se practican los finales establecidos.
Ordenar un corte, un final para poder decidir el sentido. Esperar algo inesperado, un desvío, un cambio de ritmo. Más o menos algo así dicen las palabras del mejor regalo que haya recibido en estas fechas de otro año: la ilusión de epifanía que se encierra en cada email de arbolitos, luces y frases institucionalizadas, en los amontonamientos que desbordan las hileras en las cajas del supermercado, en los silencios esperados, en la mirada perdida de los que se admiran con los fuegos artificiales, en los que pueden proyectar el sentido de la lucha de clases.
5 comentarios:
nada duele más ni libera más veloz que cuando decimos las palabras de ese lenguaje imposible.
Para mi este año la espifanía no es una ilusión porque estoy a punto de cumplir una muy mía.Corporizarme en las pampas después de largo tiempo de ausencia.
Un abrazo
"porque sin finitud no hay verdad", no sé si será cierto, pero qué bien que suena.
Brindo por la corporización luego de la larga ausencia, Cholo.
Luca: ese es un problema, lo que suena bien y no sabemos si es cierto
Sin finitud no hay verdad...
Pero, ¿a qué llamamos verdad? ¿a la adecuación entre las cosas y el entendimiento? ¿al resultado práctico del devenir? ¿a una proposición falsable? ¿a una proposición de segundo orden?
No, no veo relación entre un término y una condición, no al menos una relación necesaria...
Publicar un comentario