sábado

Luego, en las calles (Parte I)



9 de la mañana. Se escuchan los bombos en la esquina de casa. Calculo dos columnas mínimo. Apuro el café y el cigarrillo, tomo las llaves, me vuelvo por la cámara de fotos. En un par de horas tendría que estar en un examen y la multitud me confunde los recorridos del bondi. Ya en la calle, Antonio el portero me dice que seguramente no me van a tomar..."¡no ve que hoy se arma quilombo de nuevo?".

Efectivamente en la esquina se congregan más de dos columnas. Sobre la cañada me dan una pintoresca toma de niños comiendo Danonino en brazos de algún dirigente de base. Las mujeres intentan contener el juego de los infantes entre las banderas rojas y los estencileados del Che, Evita y San Martín.

Obsturo una y otra vez. Un trabajador que descarga hierros para el edificio de 18 pisos que están construyendo en lo que fuera el bar de mi infancia me grita: "sacame foto a mi que soy el único que labura". Me acerco, le pregunto por la baranda de la escalera que está tirada junto a los escombros, como buscando excusa para entablar el diálogo. Negociamos unos pesos, más la foto, más un café en el restó chic de la Colón a cambio de la escalera de madera torneada. Dos obsturaciones más de los muchachos de la Uocra que no están en la manifestación. Contrasta el rostro del capataz peruano que no me deja fotografiarlo y las banderas que se agitan en el firmamento.

Pasaron un par de horas casi. Encontré por dónde desvían los bondis. Para en la mitad de la calle y me hace subir. No hay nadie más que el chofer. No sabe por dónde va a seguir ni hasta dónde va a llegar. En sus palabras hay más que la definición de un recorrido de emergencia.

Pasamos la plaza españa. El vallado empieza ahí a unas cuantas cuadras de la casa de las tejas, el edificio Arcor y Café du sens. Se escucha León Gieco en los altavoces y vuelve el recuerdo de las jornadas en la calle por el fraude del 2 de septiembre.

Casi las 11 y media, Ciudad Universitaria. Vienen bajando los troskos y por la otra calle los independientes. Entro a la escuela. Cruzo dos palabras con la gente del centro, parece que puedo rendir a la siesta. Vuelvo buscando la protesta caminando despacio.

Vallado, perros, escudos, creo que atrás debe haber policías."Bajen las armas/ aquí solo hay pibes comiendo", como el soundtrack de mi caminata frente al Palacio Ferreyra o Museo Evita, as the case may be.

Dos cuadras más y los vehículos desaparecen. Un par de hombres de azul en cada esquina resguardando los edificios corporativos y el buen pastor. Otra vez los bombos. Esta vez, la UOM y la 62. Obsturo unas cuantas veces y me acerco. Me informan el fixture de las columnas y el recorrido. Uno de ellos se compadece del oficio y le aclaro que soy ciudadano nomás, no periodista. Reflexionan sobre la situación de la prensa y las condiciones de los trabajadores: "tenemos que apoyar a los compañeros de los medios contra el imperialismo". Se acerca un cronista de la tele que responde a la lógica del gran diario argentino y se le suelta media sonrisa.

Llega la Juventud Radical acompañada del Centro de estudiantes de Derecho. Reimos con el cronista, no sabíamos que ese centro de estudiante tuviera bandera. Invade el olor a chori y el deseo del estómago se transmite al rostro. Salen dos de la UOM rumbo al puestito y el portabandera los interpela: "quién va a ser el caballero que la invite a la compañera". Me sonrojo, lo agradezco y sigo mi marcha a contramano. Quiero tomas de más particularidades. Quiero un recorte de Luz y Fuerza con la ausencia de Tomás.

El tiempo corre y la concentración se demora. Me siento en el bar de siempre, ese al que voy después de las marchas del 24 de marzo y que está justo en el lugar donde se pueden componer buenas fotos. Pido el café y la media luna. Han acomodado las sillas como platea hacia la calle, como si la movilización fuera un espectáculo. Prendo un cigarrillo y pienso en Debord aunque no me gusten sus escritos.

Giro mi ángulo y capto con la cámara a un grupo de policías agazapados tras un kiosco de diarios y revistas al lado de la casa radical. Me sorprende un manifestante pidiendo fuego y entregandome los flekicor para que pague en el bar. Y el rumor de los bonos es cada vez más fuerte.

Se me empañan la lentes entre el humo de los puestitos y las bombas. Pierdo foco. Salgo a la calle nuevamente. El mismo camino a la inversa. Me gusta ver cuando se dispersan. Quedan sólo los dirigentes rodeados de periodistas. No me gusta fotografiar dirigentes, sí a fotógrafos desesperados por la mejor toma de un dirigente.


Ya no saboreo el merlot pero si la respuesta de ese mail que no esperaba.

3 comentarios:

Primo Louis dijo...

Las manifestaciones son parte de Córdoba, como si algun rezago del 69 quedara flotando en el aire.

Como aquella vez en Porto Alegre, olvidese de la cámara que le pone distancia con la gente, y deje se llevar por la Multitud amiga!

Saludos, me gustó mucho la crónica.

Anónimo dijo...

Muy lindo post y Feliz día del fotógrafo/a

Leila Luna (ex Cosas dichas) dijo...

Primo, es cierto es la aroma de Córdoba
Lo de Porto Alegre (que saudade!) era la era anti digitalización!!!!

Tux, gracias por el comentario...me vi en su blogroll y eso me levanta el ego!