Otra vez de madrugada. Ya
no hay té de canela ni flores robadas. No han quedado nada más que las deudas.
Sabrás que siempre me obsesionaron los finales…el lenguaje de los poetas, la
epifanía. Lo inalcanzable. Sí, lo reiteré hasta el hartazgo. Era lo bello,
sublime y tenebroso a la vez porque las palabras me habían convencido que no
existía.
Otra vez de madrugada.
Los finales no son lo que pensaba, tampoco las fantasías y mucho menos los
recuerdos. A esta hora, todo se tiñe de misterio y nada puedo asir con lucidez.
Perdón, nada puedo asir y carezco de lucidez pero puedo culpar a la luna y a
las lágrimas.
Esa madrugada lejana que
me desperté abandonada era la correcta. O esa otra en que cegada de
incomprensión arrojé todo lo que
encontré en la valija. O aquella en que vestí mis mejores ropas para visitar
aquella mujer. O esa otra solitaria en el andén.
No, ninguna de esas. La
madrugada es esta. Lo sé porque no se detiene ni se detuvo nunca con la luz del
día desde aquel instante que temblé entre las sábanas porque mis deidades me
habían abandonado. Y sigo temblando. Las palabras no alcanzan desde aquel
momento, no comprendieron las preguntas y no pudieron dar respuesta alguna. Desespera.
-
¿Y ahora?
-
Madrugada. Llanto.
Como el que me invade frente a mi alumno de latín cuando repaso las líneas de
La Guerra de las Gallias y lo justifico fingiendo emoción ante la imagen de
Julio César.
-
Distinguido.
-
No, hipócrita.
-
E indómito.
-
¿Hay algo que
haya podido dominar?
-
¿El silencio?
-
Aún no. Es el
final incierto. Anhelo.
-
¿Callar?
-
Se me han ido
las palabras.
-
¿Callar para
siempre? ¿Era eso lo que buscabas? ¿Era esa la palabra?
-
Es. La palabra. Esa deidad que fabriqué para
exorcizarme cuando nada funcionaba. Una suerte de vacío que ocupa el vacío
existente y se escapa del destino que ciertamente no existe pero no sabría
cuándo… se perdió. O sí pero otra vez,
no podría ponerlo en palabras, ellas se han ido para siempre.
-
Es. O no pero
no lo sé.
-
Las palabras
han callado y se desvanecieron en mis manos. Lo ví. Fue lentamente. Traté en
vano de retenerlas. Las tragué pero las vomité en seguida.
-
Sólo somos
palabras.
-
Ya no.
-
¿Qué somos
entonces?
-
FATUM.