jueves

Lápices que siguen escribiendo









Así. Quieta. Estática. Así es la imagen que quise guardar.

En la Docta, para la primavera florecen los árboles, los adolecentes y también los movimientos sociales. Los jardines se llenan de pimpollos y las calles de gente con banderas rojas y negras. Las noches tardan en llegar y nos dejan extender los discursos y las murgas pasadas las 21, esa hora en que los cronistas quieren cerrar su día y sumarse a la fiesta. Esa, no es la hora incierta...es una hora ritual.

Momento de inflexión que me obliga a dejar el abrigo y la coraza como a los medio hombres-medio héroes protagonistas de mis siestas al sol en el verano de pueblo. Y esa si, se parece más a la hora incierta. De las reuniones matutinas de definición a las relaciones públicas de la tardecita, paso por casa, me quito el disfraz de laburo y cargo la cámara.

Media la semana y se acerca al ocaso con sabor a café expresso de encuentros ejecutivos. Siento levemente el picor en la garganta, que viene como las mariposas en esta época del año ¿Será que hay algo importante para decir? El ritmo se acelera, anticipando la tensión estival. No sé que es lo que voy a encontrar.

Otra vez en las calles. Esta vez, entre adolecentes primaverales que reclaman por Julio (López) y reencarnan los que no dejaron llegar. Las fechas son flexibles y nos permiten copar la Velez Sarsfield dos días después de que se conmemore la noche de los lápices para que coincida con la fecha de Julio...si, en primavera también nos acordamos de Julio. Esa es la ciudad que me gusta ver.

Somos pocos. Me comentan que la marcha coincidió con el desfile en el Buen Pastor. Vuelvo a pensar en Debord y mi rol laboral quiere colarse sugiriendo la importancia de contar con un publicista para estos eventos. No lo dejo. Visto de jean y remera de algodón, incluso me puse los anteojos, no hay lugar para las lógicas funcionalistas que se apoderan de la oficina.


Cae la noche y desde el D2 no se ve el horizonte. Es tarde y quiero volverme. Allí debajo de ese farol se congregan las banderas. Lentamente todos se escurren de la fiesta. Quizás deba buscar algo y dejar de esperar que las cosas sucedan.


(...)"Ahí, debajo del farol, cuando la fiesta terminaba, empecé una noche a esperarla. (Ahora siga usted)"(...)

La ciudad se le vuelve extraña. En esa esquina hay demasiados fantasmas que quieren hablar y la noche es larga. Pst! Si vuelve la mirada, no tiene que esperar más.

Así. En la somnolencia de la noche. En el aroma fresco de la peatonal. En el desasosiego primaveral. Así, lo iba a encontrar.


PS: así, los lápices seguirán escribiendo una historia más.

sábado

Luego, en las calles (Parte I)



9 de la mañana. Se escuchan los bombos en la esquina de casa. Calculo dos columnas mínimo. Apuro el café y el cigarrillo, tomo las llaves, me vuelvo por la cámara de fotos. En un par de horas tendría que estar en un examen y la multitud me confunde los recorridos del bondi. Ya en la calle, Antonio el portero me dice que seguramente no me van a tomar..."¡no ve que hoy se arma quilombo de nuevo?".

Efectivamente en la esquina se congregan más de dos columnas. Sobre la cañada me dan una pintoresca toma de niños comiendo Danonino en brazos de algún dirigente de base. Las mujeres intentan contener el juego de los infantes entre las banderas rojas y los estencileados del Che, Evita y San Martín.

Obsturo una y otra vez. Un trabajador que descarga hierros para el edificio de 18 pisos que están construyendo en lo que fuera el bar de mi infancia me grita: "sacame foto a mi que soy el único que labura". Me acerco, le pregunto por la baranda de la escalera que está tirada junto a los escombros, como buscando excusa para entablar el diálogo. Negociamos unos pesos, más la foto, más un café en el restó chic de la Colón a cambio de la escalera de madera torneada. Dos obsturaciones más de los muchachos de la Uocra que no están en la manifestación. Contrasta el rostro del capataz peruano que no me deja fotografiarlo y las banderas que se agitan en el firmamento.

Pasaron un par de horas casi. Encontré por dónde desvían los bondis. Para en la mitad de la calle y me hace subir. No hay nadie más que el chofer. No sabe por dónde va a seguir ni hasta dónde va a llegar. En sus palabras hay más que la definición de un recorrido de emergencia.

Pasamos la plaza españa. El vallado empieza ahí a unas cuantas cuadras de la casa de las tejas, el edificio Arcor y Café du sens. Se escucha León Gieco en los altavoces y vuelve el recuerdo de las jornadas en la calle por el fraude del 2 de septiembre.

Casi las 11 y media, Ciudad Universitaria. Vienen bajando los troskos y por la otra calle los independientes. Entro a la escuela. Cruzo dos palabras con la gente del centro, parece que puedo rendir a la siesta. Vuelvo buscando la protesta caminando despacio.

Vallado, perros, escudos, creo que atrás debe haber policías."Bajen las armas/ aquí solo hay pibes comiendo", como el soundtrack de mi caminata frente al Palacio Ferreyra o Museo Evita, as the case may be.

Dos cuadras más y los vehículos desaparecen. Un par de hombres de azul en cada esquina resguardando los edificios corporativos y el buen pastor. Otra vez los bombos. Esta vez, la UOM y la 62. Obsturo unas cuantas veces y me acerco. Me informan el fixture de las columnas y el recorrido. Uno de ellos se compadece del oficio y le aclaro que soy ciudadano nomás, no periodista. Reflexionan sobre la situación de la prensa y las condiciones de los trabajadores: "tenemos que apoyar a los compañeros de los medios contra el imperialismo". Se acerca un cronista de la tele que responde a la lógica del gran diario argentino y se le suelta media sonrisa.

Llega la Juventud Radical acompañada del Centro de estudiantes de Derecho. Reimos con el cronista, no sabíamos que ese centro de estudiante tuviera bandera. Invade el olor a chori y el deseo del estómago se transmite al rostro. Salen dos de la UOM rumbo al puestito y el portabandera los interpela: "quién va a ser el caballero que la invite a la compañera". Me sonrojo, lo agradezco y sigo mi marcha a contramano. Quiero tomas de más particularidades. Quiero un recorte de Luz y Fuerza con la ausencia de Tomás.

El tiempo corre y la concentración se demora. Me siento en el bar de siempre, ese al que voy después de las marchas del 24 de marzo y que está justo en el lugar donde se pueden componer buenas fotos. Pido el café y la media luna. Han acomodado las sillas como platea hacia la calle, como si la movilización fuera un espectáculo. Prendo un cigarrillo y pienso en Debord aunque no me gusten sus escritos.

Giro mi ángulo y capto con la cámara a un grupo de policías agazapados tras un kiosco de diarios y revistas al lado de la casa radical. Me sorprende un manifestante pidiendo fuego y entregandome los flekicor para que pague en el bar. Y el rumor de los bonos es cada vez más fuerte.

Se me empañan la lentes entre el humo de los puestitos y las bombas. Pierdo foco. Salgo a la calle nuevamente. El mismo camino a la inversa. Me gusta ver cuando se dispersan. Quedan sólo los dirigentes rodeados de periodistas. No me gusta fotografiar dirigentes, sí a fotógrafos desesperados por la mejor toma de un dirigente.


Ya no saboreo el merlot pero si la respuesta de ese mail que no esperaba.

lunes

Lo que sabe tardíamente



A veces me sorprendo tratando de vislumbrar la trama que esconde el almanaque, muchas más veces de las que quisiera.
A veces, trato de huir de su lógica invisible autoconvenciendome de la ilusión que me encuentra por fuera de ese sentido. Sólo perdura unos instantes que no pueden ser medidos por el tiempo ajeno.
Así es como explico estas costumbres de usar viejas agendas como si fueran nuevas, ficcionando la yuxtaposición de los calendarios que no se proyectan más que en el papel y en este caso, en la virtualidad.
Y así es como complico palabras para no caer en la convención (en la que inevitablemente caigo) porque suelo escapar también de las convenciones o lo que se parezca aunque me sienta tan cómoda en ellas.
Prefiero resguardar los interrogantes...que se regodeen en la intimidad, que se enreden hasta olvidar sus orígenes. Sin considerar que su capacidad de violentar mis límites es parte de su esencia.

Mediodía de lunes en la oficina, aun saboreo el merlot de anoche. Mi interlocutor mencionó que la verdad estaba en aquello que se termina, que queda detenido. Sigo creyendo que no hay verdades allí y que quizás las encuentre en el vino.